La máquina de la modernidad
Valeria de los Rios
Sobre el fondo del paisaje –el cerro cortado por el encuadre y el lecho del río- en diagonal hacia el costado izquierdo, una locomotora de carga aparece detenida sobre un puente de hierro de pilares adoquinados. A lo lejos, se distinguen un par de construcciones de techos alargados. En el borde inferior derecho, se observa otra construcción en apariencia más pequeña, una especie de bodega con techo de zinc, a cuyo costado se esparcen cinco barriles en posiciones diversas. Hacia el costado inferior derecho, detrás de unos descuidados matorrales, reposa un conjunto de fierros de considerable longitud. Una angosta escalera de piedra blanquecina promete conducir desde la pequeña bodega hasta la línea férrea.
Ésta es la fotografía en tonos sepia que Eugène Maunoury tomó alrededor de 1860 sobre el puente ferroviario del Río Maipo, ubicado a 30 kms. al sur de Santiago. Maunoury, fotógrafo francés que pasó por Chile y que luego se estableció durante algunos años en el Perú, fue aprendiz de Nadar y corresponsal de Le Monde Illustré desde 1863. Famosas son sus vistas de paisajes, especialmente las imágenes que tomó del incendio en Valparaíso en 1858. En esta fotografía, paisaje y máquina se conjugan para dar cuenta del carácter moderno y a la vez romántico de la fotografía: la cámara es un aparato técnico que sirve para documentar y al mismo tiempo, es una herramienta que permite contemplar y dominar el paisaje natural, que a ojos de los europeos -viajeros y fotógrafos- tenía un componente exótico. Por ello, es la contraparte ideal para el viaje. Gracias a la cámara, imágenes de lugares diversos comienzan a circular a nivel mundial. Esta fotografía, por ejemplo, pertenece al archivo de la Biblioteca Nacional de Francia.
Para capturar esta imagen, el fotógrafo se instaló en altura para observar este paisaje que parece casi desprovisto de seres humanos. La locomotora y sus vagones parecen estirarse en perspectiva, gracias a la profundidad de campo. Símbolo del progreso y de la revolución industrial, la locomotora es el centro innegable de la composición. Su centralidad habla de un deseo compartido tanto por europeos como por latinoamericanos: el deseo de modernidad, que se cristaliza en un avanzar hacia un espacio que está fuera de campo y que coincide con la dirección de los rieles ferroviarios. El lugar de destino es la ciudad de Santiago, capital sudamericana a la que llegan las materias primas para ser utilizadas. El territorio agrietado por las aguas es como un mapa sobre el que se inscribe ese animal mecánico que cruza la imagen y la marca como una cicatriz.
Y sin embargo, están ahí. Al acercarse a la imagen, se adivinan las pequeñas siluetas humanas al costado del tren o en los vagones, observando algunas de ellas hacia la cámara. Al igual que el lugar del fotógrafo, que se encuentra siempre escindido de la representación, el hombre y su trabajo –los que sustentan la producción-, están elididos, incorporados en una escala menor, meramente aludidos por la presencia de la bodega, las escaleras, los barriles, los fierros y un par de siluetas difusas. Son los agregados circunstanciales o los convidados de piedra a la entusiasta fiesta de la modernización.
— Agradecimientos a Rodolfo Jiménez y Jonás Figueroa, profesores de arquitectura de la Universidad de Santiago.