Comunicaciones Iconografía y difusión del progreso técnico
Alicia Campos
En la imagen vemos una fachada en perspectiva del primer edificio que sirvió para contener las actividades de llegada y salida de los trenes del Sur y de Valparaíso, en el lugar que ocupa hoy la actual Estación Central de Santiago. La asombrosa máquina que era la locomotora, había llegado al Norte de Chile en 1851 siendo la primera en Sud América, y ya a los pocos años iniciaba el más moderno sistema de transporte de la zona centro del país.
Podemos reconocer esta imagen en el Chile Ilustrado escrito por Recaredo Santos Tornero, editado en 1872 en la ciudad de París, por la imprenta Hispanoamericana de Rouge Dunon y Fresné.
El origen del edificio que vemos en la imagen no ha sido precisado. Según Tornero las obras datan de 1856, en tanto que para Benjamín Vicuña Mackenna, gran impulsor de su construcción mientras ejercía las labores de senador, el edificio fue iniciado en 1861 y terminado en 1863. Asimismo, el autor del proyecto sigue siendo desconocido.
La estación, que fue construida por la Empresa de Ferrocarriles del Sur, estaba conformada por cuatro galpones centrales que recibían los respectivos andenes de cada trocha, formados por una discreta estructura metálica, siendo ésta el elemento central de la composición fotográfica. Un corredor perimetral a manera de galería, probablemente de madera, complementaba la fachada de una sencilla arquitectura de fábrica, ornamentada por arcos, balaustradas y pináculos en su parte superior.
Los dos primeros galpones que se ven hacia la izquierda de la imagen, recibían los rieles desde el Sur que se proyectaban hasta Curicó. En los dos galpones más alejados vemos insinuada la continuidad de los rieles del ferrocarril de Valparaíso, que partía desde ese punto atravesando la Alameda por la cañada de Matucana, pasando por sobre el Río Mapocho. Los rieles en la parte inferior de la imagen probablemente forman parte del recorrido de un carro de sangre, que se iniciaba frente a la iglesia de San Diego, instalados por la misma empresa ferroviaria en las proximidades de la estación para facilitar a los pasajeros su accesibilidad desde el centro de la ciudad. La presencia casual de los paseantes, que parecen a la espera de la llegada del tren, sugiere una exigua actividad al rededor de la estación. Es que en el Santiago de la época, el emplazamiento del edificio se encontraba en el borde poniente de la ciudad, al finalizar la Alameda. La fortuita disposición de los árboles en los exteriores del edificio, indica la condición casi rural de su ubicación; a lo lejos, construcciones de baja altura y la silueta de los árboles reafirma esta impresión
El libro, Chile Ilustrado era, de acuerdo a lo indicado en su presentación, una “guía descriptiva del territorio de Chile, de las capitales de provincia y puertos principales”. Pretendía con ello ofrecer tanto a los extranjeros como a los compatriotas una reseña exacta y circunstanciada del estado de progreso alcanzado por nuestro país. Al momento de editar esta obra, el autor era, junto a Camilo Letelier, propietario del diario El Mercurio, motivo por el cual la distribución de los ejemplares se realizó en sus agencias y librerías, obteniendo así una amplia recepción en la sociedad de la época.
La reproducción de las imágenes del libro se efectuó por medio de grabados basados en fotografías, copiadas en cuñas de madera para su posterior impresión. Según el investigador Álvaro Jara, la fotografía que dio origen a este grabado fue tomada por William L. Oliver. Nacido en Valparaíso en 1844, de padres ingleses, Olivier se educó en Inglaterra y regresó a Chile en 1860, permaneciendo en el país durante ocho años. Trabajó para el fotógrafo Juan S. Heslby y retrató paisajes naturales, ciudades y numerosas escenas del ferrocarril en Chile.
De acuerdo a lo señalado por Hernán Rodríguez Villegas en el libro “Fotógrafos en Chile durante el siglo XIX”, muchas ilustraciones de los álbumes del Chile de la época fueron reproducciones de fotografías de William Olivier, aunque casi nunca aparece mencionado como autor. Vale la pena rescatarlo entonces del anonimato, ya que con su obra, Olivier contribuyó al registro iconográfico de los avances técnicos de nuestro país durante el siglo XIX y por medio del ejercicio de su oficio, tuvo una importante participación en el progreso de los medios de comunicación.