Cruzando el vacío del Llano del Maipo

Rodrigo Pérez de Arce

Orientado hacia el sur, como quien mira desde Santiago la extensión de la cuenca, el “Plano del Llano del Maipo”, realizado por Antonio Lozada y Caraballo “académico de matemáticas de la Real Universidad de San Felipe” (c. 1760) describe el territorio interpuesto entre éste y el Mapocho, confirmando la importancia atribuida por la cartografía al acto de fijar el encuadre al mismo tiempo que su orientación (más tarde se estandarizaría la orientación fijando el norte hacia arriba). Aparecen en el plano los tres cursos de agua; el Maipo y el Mapocho en sus sectores altos, el Zanjon de la Aguada indicado como un brazo intermitente en el bajo de la hoya, mientras que siete caminos en abanico –desde el sur oriente hasta el sur poniente- irradian hacia la capital. De la ciudad distinguimos un cuerpo central, una brecha que corresponde a la Cañada y una franja de edificaciones que la flanquea, todos ellos representados en perspectiva como quien observara desde lo alto. Solo aparece en esta porción del valle el cerro Santa Lucía por su evidente compromiso con la traza urbana, ignorándose los cordones del San Cristóbal y los paños de tierra de la Chimba. Un solo puente cruza el Mapocho (el término de la obra del Cal y Canto sobre el río está fechado hacia 1782), mientras que hacia el Maipo se indican dos puentes además de los vados. Desde la ciudad se desprende en abanico un haz de caminos que atraviesa el valle hacia el sur. La omisión de todo otro itinerario indica un privilegio en las relaciones de Santiago y el Río Maipo, una suerte de lectura jerárquica que apuesta por la importancia de esa dimensión territorial. Sin embargo, el énfasis está puesto en los itinerarios y en la descripción de un polígono rural más que en el manto de los suelos, que se presenta de un modo absolutamente abstracto. Tal grado de abstracción quizá indique no solo una ausencia de hitos significativos sino también una indicación –por omisión- de la improductividad de este territorio tan cercano a la capital. Es posible que esto también refleje el efecto de degradación ecológica observado por el historiador Armando de Ramón (2007), causado por los desmontes que prácticamente agotaron la disponibilidad de maderos en la capital hacia la segunda década del siglo XVIII. Al igual que en otras descripciones cartográficas, en este caso se superponen dos sistemas, uno por abatimientos que describe “vistas” de cerros y cordones, y otro en planta. Todo ello supone el emplazamiento físico de un observador respecto al territorio descrito que es contrario a las técnicas de la cartografía moderna cuyos supuestos fijan la posición del espectador en el infinito. Lo mismo puede decirse del uso del color, cuyo valor expresivo prima en este caso por sobre cualquier otra consideración.