Bajando la Cordillera
Antonia Echenique
Se trata de un cuadro compuesto por tres planos con la bella luminosidad de una mañana primaveral, cuya atmósfera y transparencia hoy en día sólo se puede experimentar después de un día de fuerte lluvia. Representa la vista que se podía tener al bajar desde la zona que en esos años se conocía como “Termas de Apoquindo”, próxima al cerro Calán y que hoy corresponde al que lleva ese mismo nombre. Es un típico paisaje del Valle de Santiago, con un primer plano de colinas cubiertas de hierba recién brotada y de retoñales de espinos (Acacia caven, en amarillo muy cálido), lo que da cuenta del excesivo pastoreo al que eran sometidas estas tierras. A mano derecha, en la quebrada, se reconoce la flora propia de esta región, de tipo esclerófila, que originalmente debió cubrir todas las laderas orientadas al Sur de dichas colinas. Al final de este primer plano hay un caserío, probablemente una granja, y tras esas casas, un grupo de eucaliptos y álamos, especies importadas de Australia y Europa respectivamente, muy utilizadas en el secado y delimitación de tierras destinadas a la agricultura.
En el segundo plano se extiende el Valle de Santiago propiamente tal. Se alcanza a vislumbrar la por entonces pequeña ciudad, con el cerro Huelén (que ya para la época era reconocido con el nombre de cerro Santa Lucía) como hito geográfico característico. A la derecha de este plano se observa el cerro San Cristóbal, que claramente se identifica como parte del cordón precordillerano que se introduce en el valle como la estribación que hoy forma parte del Parque Metropolitano de Santiago.
El fondo del cuadro muestra, en un juego de tonos azules, la Cordillera de la Costa, pintada con la sutileza propia de esta pintora inglesa, quien logró representarla en su plano inferior con la tenue niebla matinal y en su plano superior con algunos arreboles matinales previos a la salida del sol.
El sendero que conecta nuestra mirada con el valle nos lleva a imaginar los caminos que debe haber recorrido esta pintora, ya un poco enferma y entrada en años, llevando cuesta arriba un pequeño atril y una banqueta, una tela ya tensada que no superaba los 30 x 50 cm y la caja de óleos preparados para representar la fauna y la flora de cada región del mundo por la que anduvo pintando. Chile fue el último destino de una vida de viajes por los cinco continentes, los que recorrió en barco, tren, carreta y a lomos de burro, dispuesta siempre a la rudeza de una época pre-turística con tal de acceder a las plantas, aves, insectos y vistas de una naturaleza todavía inexplorada. Su objetivo al venir a nuestro país era pintar en su entorno original las araucarias (Araucaria araucana), que ella consideraba la especie de árbol más grande del mundo, y también los diferentes tipos de Bromelácea chilena, especie conocida popularmente como puya o chagual, que crece en la zona central de Chile determinada por un clima de tipo mediterráneo.
A comienzos de la década del ’80, la ciudad de Santiago ya tenía cierta envergadura. Su demografía en la segunda mitad del siglo experimenta cambios intensos, con una población creciente, que ya sumaba 130.000 habitantes aproximadamente, resultado de una inmensa migración proveniente de las provincias y la consecuente modificación del uso del suelo, que de chacras y predios pasó a ser ocupado mayoritariamente por precarias viviendas de los barrios por entonces periféricos del sur poniente de la capital. Las zonas más altas de Santiago, como esta de Apoquindo desde donde pinta Marianne North, mantuvieron un carácter eminentemente rural hasta entrado el siglo XX, lo que permitió la subsistencia de especies propias del bosque esclerófilo, como la acacia del cuadro, el peumo, el litre, el boldo y el quillay. Hoy es posible encontrar este tipo de bosques en los parques nacionales del Arrayán, la Reina o el Cajón del Maipo.
A su paso por Santiago en la primavera de 1884, Marianne North fue recibida con honores por la sociedad capitalina y según consta en su diario de viaje, trazó amistad con uno de sus vecinos más ilustres, Benjamín Vicuña Mackena. Además de invitarla a pasar unos días en su casa de Con-Cón, donde pudo pintar la flora y fauna de la costa de la Región de Valparaíso, el en ese entonces senador por Santiago y Coquimbo (y ex-intendente de la capital) la ayudó a preparar el resto de su viaje por el país, que incluyó una expedición a la Cordillera de Nahuelbuta, en la Región de la Araucanía, frontera todavía inestable por las batallas entre el ejército chileno y las huestes mapuches.