Escultores del Mapocho
Catalina Valdés
Este cuadro representa el trabajo de un grupo de obreros en las obras de canalización del Río Mapocho. De ellas se cuenta también con registro fotográfico, lo que permite, por un lado, confirmar la veracidad de la escena pintada y por otro, resaltar la “pictoricidad” con que aquí ha sido tratada.
Desde atrás viene acercándose una locomotora, maquinaria que efectivamente fue utilizada en estos trabajos, dando cuenta de una envergadura tal de las obras que ya no era posible emprenderlas sólo con bueyes de carga. Esta canalización reemplazó el antiguo sistema de tajamares que había sido perfeccionado por el arquitecto italiano Joaquín Toesca a fines de la colonia. Los típicos muros rojizos de ladrillo y cal al borde del río se convirtieron en una marca característica de la ciudad de Santiago durante el siglo XIX, tal como podemos ver en numerosos grabados y pinturas, como la de Giovatto Molinelli. Estos tajamares habían resistido numerosas subidas del nivel de las aguas, aunque en algunas oportunidades no lograron contenerlas, como en 1783, cuando –dicen las crónicas de la época- decenas de cadáveres fueron arrastrados río abajo, o como durante la inundación que algunos años más tarde, según cuenta el arquitecto Ramón Alfonso Méndez (1988), dejó a las monjas del convento del Carmen Bajo anegadas, teniendo que ser rescatadas a la grupa de jinetes que se atrevieron a cruzar para rescatarlas. Cuenta el mismo Méndez que ya hacia mediados del siglo, el intendente Benjamín Vicuña Mackenna tenía entre sus planes el reemplazo de los tajamares por una canalización completa del cauce fluvial. A diferencia de prácticamente todos los otros proyectos urbanos del visionario hombre público, este quedó sin realizarse, tal vez por la altísima inversión que implicaba.
Fue durante la presidencia de José Manuel Balmaceda que se iniciaron las obras de canalización del Mapocho y en su memoria se erigió años después el obelisco y la estatua que vemos aun hoy en el costado oriente de la Plaza Italia. La canalización del río permitió ganar una buena porción de tierra que los urbanistas de la época supieron aprovechar para desarrollar parques en su ribera que todavía hoy disfrutamos. Asimismo, las obras integraron la más moderna tecnología disponible en la época, como los puentes metálicos que conectan aún ambos costados del río. Durante este gobierno (1886-1891) se fomentó enérgicamente la industrialización del país, buscando generar una autonomía nacional en relación a las potencias extranjeras que instalaban bases para explotar los recursos naturales, como era el caso de Inglaterra con el salitre, sin generar con ello un desarrollo duradero a nivel local. Consecuente con esto, en 1887, se fundó el Ministerio de Obras Públicas, que asumió la dirección de las múltiples faenas ferroviarias, viales, inmobiliarias e industriales que se desarrollaban a lo largo del país. Paralelamente al desarrollo industrial y como consecuencia de éste, se acrecentaba la desigualdad entre clases, configurándose así la llamada cuestión social. La época que vemos retratada en este cuadro de Correa es la de la proletarización del campesino, que llegaba a habitar en las poblaciones del cada vez mayor cinturón de pobreza que rodeaba a la ciudad.
Rafael Correa (1872-1959) fue un conocido pintor “animalista” en su época. Prácticamente toda su obra representa serenas vacas pastando en un paisaje agrícola. Tal vez la repetición de este motivo fue haciendo que el público y después, la historia del arte, perdieran el interés en su obra, hasta convertirlo hoy en día en un pintor prácticamente desconocido. Sin embargo, fue un aventajado discípulo de Juan Mochi y de Pedro Lira, y recibió una beca para realizar estudios en España y en París. Ya de vuelta en Chile, desempeñó un destacado rol en el ámbito del arte.
Como una excepción muy especial, este cuadro plantea una temática bien distante a la animalística. El cuadro fue pintado cerca de 1890, cuando el pintor rondaba los dieciocho años, algún tiempo antes de su partida a Europa.
Es interesante considerar este cuadro, que muestra un paisaje urbano y el trabajo obrero, justamente como antecedente de una obra que más tarde se dedicaría exclusivamente a la representación del trabajo en el campo, concebido como una actividad apacible y en armonía con la naturaleza. Este cuadro, que hoy se exhibe en el Museo Histórico Nacional, es una suerte de testimonio de la conciencia social que el joven artista dejó plasmada con delicada sensibilidad.
Los obreros aquí no parecen seres despojados de dignidad ni se destaca la precariedad a la que bien probablemente estaban sujetos. Se los muestra trabajando en un día claro, formando sus cuerpos una especie de coreografía con las grúas, cuerdas, barriles, herramientas y otros implementos de su trabajo.
Hay una tela que el maestro de Correa, Pedro Lira, pintó en París y que teniendo un asunto muy diferente, se asemeja en tanto imagen al cuadro que aquí analizamos. Se trata de “El taller de mármoles”, que se encuentra en la Pinacoteca de Concepción. En él, una serie de escultores observan y trabajan sobre grandes planchas del blanco material. La misma atmósfera de concentración y compenetración con el trabajo se percibe en ambas obras, lo que permite imaginar la cuenca del Mapocho como una cantera marmórea y los obreros de la canalización como escultores que trabajan en ella. Mirado así, vale la pena llamar la atención hacia las grandes superficies de los muros que, como inmensas telas en blanco, aparecen pintadas de luz y sombra. Se anuncia en ellas lo que fue motivo central de la obra de su contemporáneo y también discípulo de Lira, Pablo Burchard, conocido, precisamente, como el pintor de la luz.