Una casa de Santiago

Antonia Echenique

“Tricuspidaria dependens, Ruiz et Pav. La patagua pertenece a la misma familia que nuestros árboles de lima. A la izquierda, cerca de la patagua y a la derecha, más allá del edificio, hay árboles de Magnolia grandiflora, Linn. de Norteamérica. El punto más alto de las distintas montañas tiene alrededor de 7.000 metros de altura, pero en realidad ello no es visible desde Santiago”. Así describía la propia Marianne North (1830-1890) este cuadro en su diario de viaje por Chile, en 1884. Texto e imagen dan cuenta de la rigurosidad científica con que esta pintora, viajera empedernida y amiga de Charles Darwin, asumía la tarea de representar la naturaleza. Esta precisión no debe entenderse como sinónimo de frialdad, puesto que la ciencia naturalista decimonónica estaba profundamente vinculada al espíritu romántico de la época. Arte y ciencia eran frutos de la curiosidad humana, un ímpetu espiritual. Ambas disciplinas se concebían como dos vías complementarias para la comprensión de la naturaleza, definida según los principios naturalistas de Alexander von Humboldt, como un cosmos. La pintura representa con perspectiva intimista el entorno de una típica casa colonial ubicada en el centro del Valle de Santiago, desde donde se podía apreciar una impresionante vista de la Cordillera de los Andes. La disposición de cada uno de los elementos del cuadro compone una verdadera escena, donde especies botánicas y animales individualizados con precisión, se muestran vinculados entre sí y con el paisaje, dando cuenta de la dinámica vital que las anima. La escena parece “enmarcada” por la rama envolvente de un árbol de patagua (Crinodendron patagua), especie nativa y endémica de la zona de clima mediterráneo de Chile. Esta estrategia pictórica de enmarcar el paisaje responde a una recomendación que el propio Humboldt hacía a los pintores de naturaleza, con el fin de darle proporción y escala a lo representado, al mismo tiempo que involucrar en el paisaje al espectador del cuadro. En el extremo inferior izquierdo, resalta un árbol de magnolia, seguido de lo que puede ser un boldo (Peumus boldus), otro árbol endémico del país, con sus oscuras hojas coriáceas. En el sector de la derecha vuela un picaflor (Sephanoides galeritus) hacia su nido. Marianne North pintaba directamente con óleo al aire libre; con su enorme destreza en el dibujo botánico, no necesitaba hacer bocetos previos. Sin embargo, no se puede pensar que estas composiciones se encontraran tal cual en la naturaleza; la mano de la artista interviene con sentido estético y naturalista para construir en la tela una escena ideal. Este es el caso del picaflor volando a su nido. Rodolfo A. Philippi, director del Museo de Historia Natural y fundador del Jardín Botánico de la Quinta Normal de Santiago, fue muy probablemente quien le prestó el ejemplar disecado del ave y el nido, piezas que quizás formaban parte de la colección del Museo. Marianne North entabló amistad con este importante hombre de ciencias alemán asentado en Chile, la cual quedó registrada en un abundante epistolario donde ambos compartieron su pasión por la flora y fauna chilenas. Un aspecto importante de la comprensión cosmológica de la naturaleza es que ésta no expulsa las obras humanas, sino que las comprende como parte de la dinámica vital. Por esto, muchos de los cuadros de Marianne North incluyen edificios, caminos e incluso objetos. En su paso por Chile, ella se interesó en representar objetos artesanales como por ejemplo cacharros de cerámica de Pomaire, que además de decorar y transmitir un saber antropológico, sirven para describir el pigmento negro característico del barro de esta localidad. En la pintura que vemos aquí, la pintora retrató una casa de estilo colonial, reconocible por el tejado bajo de greda colorada y el típico patio, con su pasillo techado sostenido por columnas de madera, que defendía a sus habitantes del tórrido verano del sector poniente de Santiago. Frente al pasillo, la infaltable pila de agua, reminiscencia de los patios arábigo-españoles. En un segundo plano, casi imperceptible, la pintora ilustró el Santiago de la época, con sus modestas casas de adobe deslindando a la izquierda con el río Mapocho y al fondo con una arboleda donde se mezclan eucaliptus y álamos. Tal como se señala en el título, el punto central de esta pintura son las nieves eternas del cerro El Plomo, que se eleva a 5.200 m en la Cordillera de los Andes. Setenta años después que la pintora inglesa se dedicara a representar esta cima, un grupo de arrieros encontró un niño Inca de unos ocho años sacrificado y momificado por las bajas temperaturas de dicho glacial. Marianne North obviamente no lo sabía, pero con este cuadro dejó una muestra de la impresión que debe haberle causado este majestuoso e imponente cerro que domina el Valle de Santiago.