De la campestre Cañada, al distinguido paseo público del siglo XIX
Cristina Felsenhardt
La Cañada es uno de los espacios públicos paradigmáticos del Santiago del siglo XIX. Este tipo de espacios de circulación eran inicialmente trazados en los márgenes de la ciudad siguiendo las disposiciones de las ordenanzas medievales españolas, y estaban destinados al desplazamiento desde la ciudad hacia el campo y a la parada de carretas y carruajes. La metamorfosis de este espacio agreste, que por muchos años permaneció con su carácter campesino, se desarrolla desde el momento que O´Higgins la decreta como un lugar para un novedoso paseo arbolado, y con su propio puño dibuja el plano que le da la forma. De sus viajes a Europa trae este modelo de avenida, que le cambiará el aspecto a este fragmento de la ciudad, convirtiéndose La Cañada en un lugar donde la sociedad santiaguina se paseará y mostrará en pleno. Es en el siglo XIX que la actual Alameda pierde entonces lo que fuera la tensión natural entre el campo y la ciudad, desencadenándose el proceso de adopción de modelos foráneos que durará hasta hoy. Cito la frase de O´Higgins: “se han acopiado los materiales y plantas suficientes para la obra que llenará todo el ámbito de la calle con hileras de árboles, asientos de preciosas materias y fuentes perennes, todo trabajado según reglas del arte…”
En esta imagen de Fréderic Sorrieu, publicada en el libro “Chile Ilustrado” de Recaredo Tornero (1872), se plasma la escena propia de una tarde, probablemente dominguera, o en todo caso, festiva, quizás debido a algún evento urbano. La gran cantidad de gente luce vestimenta muy elegante, lo que confirmaría esta hipótesis. Es también el momento en el que se traslada a La Cañada una parte de la actividad ciudadana desde la Plaza de Armas, apareciendo ahora este nuevo espacio público lineal arbolado.
Uno de los temas de gran interés en esta imagen es la conformación espacial de este paseo. El tramo aquí mostrado corresponde al del Poniente de la iglesia de San Francisco, siendo la ubicación del grabador unas dos cuadras más abajo de la iglesia, que aparece al fondo de la perspectiva. El ancho de este paseo central, que poco después pasó a llamarse Alameda de las Delicias, es delimitado por tres corridas de árboles de tronco delgado y copa ancha y una acequia de riego a cada lado, ambas muy bien construidas y terminadas. A diferencia de los grabados de años anteriores (como el de Bigot, de 1828, o el de Claudio Gay, de entre 1830 y 1850) donde los árboles plantados que aparecen –seguramente los primeros de acuerdo al anhelo de O´Higgins-, son los álamos llamados “chilenos” (Populus nigra), los de esta imagen son de copa ancha, replantados después de la enfermedad que le entrara a los primeros. Con estos nuevos árboles, el aspecto de la avenida cambia, sobre todo porque se les poda a la altura de unos cuatro a cuatro metros y medio, también a la manera de los paseos urbanos europeos. La delgadez de los troncos indica que son arboles jóvenes, que con el cambio de especie otorgarán una mejor sombra al paseo. Hay otros pintores que muestran este tramo de la Alameda de las Delicias con esta misma condición espacial, como Giovatto Molinelli, Juan Francisco González, Alberto Orrego Luco y Fernando Laroche.
En cuanto al diseño urbano, comparece en esta imagen la conformación de esta avenida, que evidencia una tipología de espacio urbano peatonal central, con calles vehiculares en ambos costados, donde circulan los carruajes, los jinetes a caballo y las carretas. Estos paseos “a la europea” eran acompañados por bancas laterales y obras de arte, lo que aquí también acontece; hay bancas a lo largo y al fondo se divisan esculturas que flanquean el paseo. Junto al final del paseo y del volumen arbóreo, asoma la iglesia de San Francisco, que dado el giro que da la Alameda en ese punto, aparece como un digno remate a la mejor manera clásica renacentista. Es interesante destacar que en el diseño de esta avenida se enfatiza la actividad del paseo por sobre la actividad cotidiana: el recorrido arbolado y rigurosamente podado aporta a la distinción del espacio peatonal, dejando las calles laterales al movimiento cotidiano de comercio y trafico vehicular. Esta configuración fue rescatada posteriormente con los trabajos de la línea 1 del metro, donde la decisión de mantener un bandejón central arbolado primó por sobre la opción de ensanchar de las veredas.